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viernes, 26 de septiembre de 2014

Crítica: Isla Mínima



No sé si a vosotros os pasa, pero cada vez que en alguna película aparece un lugar que conozco, un niño de 8 años se apodera de mi mente, hace que sonría como un idiota, le de un codazo al que tengo al lado y diga con voz estúpida: “yo he estado ahí”. Por supuesto, con el cine patrio es más probable que este ritual de idiotez ocurra.

Esa es una de las razones por las que admiro a Alberto Rodríguez: porque el señor rueda en mi ciudad, no sólo una secuencia o dos, sino toda la película. En calles que he pisado cientos de veces y ni una sola vez, desde que empezó a dirigir, ha despertado a mi niño idiota de 8 años. 

Es capaz de sumergirte en otro mundo totalmente diferente, hecho con fragmentos del nuestro. Es capaz de crear una atmósfera que te atrapa y no te deja salir hasta el final del metraje. Es capaz de contarte lo que quiera y no dejarte pensar en nada más.

Lo lleva haciendo ya un tiempo, y cada vez mejor. Pero con la Isla Mínima lo ha llevado a otro nivel. Todo en esta cinta es impecable. Todo ha sido pulido hasta que brilla tanto que te ciega. La fotografía, el arte, el vestuario, la música…





Pero claro, todo eso no sería nada si no tuviera un guión sólido sobre el que construir. Y creedme que lo tiene. Por si todo lo demás no había sido suficiente para atraparte en este particular mundo, el guión no va a darte ni un segundo de respiro. Un caso que empieza como una pequeña desaparición, y que pista tras pista, puerta tras puerta, va construyendo una maldita pirámide sobre la marisma del Guadalquivir. Y la construye con una mano tan firme que, cuando todo ha acabado, no eres capaz de explicarte cómo es que no tiembla ni un puñetero ladrillo.

Así que ya sabéis chicos, corred a las salas. Avisad a vuestros familiares y amigos. Pasen todos por caja para que Alberto pueda seguir llevándonos de la manita por donde le de la gana.


(Spoliers leves)


PD: No me gusta comentar cosas concretas de la película en la crítica, pero no podía despedirme sin dejar de mencionar lo brutal que es la escena de la persecución del coche.

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